Entre rayos y grillos...

Un pie sube, otro baja. La combinación exacta de movimiento continuo y el perpetuo andar como en el péndulo. La belleza de sentir que el viento acaricia tu cara y no tocas el piso. En la sombra se traducen rayos. Zigzagueantes y rectos. Un efecto visual.

Ahí en esa esquina el aire se te agota y te calmas. Te sentás un rato y parece el cantar de un grillo. Metálico, pesado. Grueso cantar. Que emerge de ahí abajo. No tocas el piso. El movimiento te mantiene en el aire. O a veces parece que el mismo aire te sostiene. Casi una ilusión. Lo más parecido a volar, pero sin volar.
Vas lento, a veces rápido. Dos ciruculos que te permiten recorrer lugares que antes no viste, que no conocías. Otros por los que ya habías pasado, pero sin embargo los encuentras distintos. Ese instante es casi mágico. Es como ponerte por primera vez unos lentes de sol de color naranja. o rojo o verde. Y te das cuenta que las cosas no son como siempre las viste. También pueden ser de otra manera. Se te estira poco a poco la comisura de los labios, alejandose del centro, hacia las orejas, los cachetes se inflan y sobresalen, se puede o no mostrar los dientes. Yo en general si lo hago. Y un pequeño cosquilleo en esa parte central de la panza cuando descubris algo.

Casi sin darte cuenta el sol se ha ocultado en el horizonte. Y las estrellas se esfuerzan, cada una, por brillar mas fuerte que la otra, pero de a ratos. Ojos con luz, como si pestañaran. Y desde el otro lado donde el sol se esconde se levanta, naranja, la luna. Es hora de volver a casa, entre cantos de grillos, rayos, y pelos al viento, sin tocar el piso con los pies.