El sudor se seca con el viento, y es lo único que se lleva. Ojalá te pudieras volar y pasar como la arena que me resquebraja la piel. Entonces trato de caminar hacia atrás como aquella vez, para poder verte mientras yo me alejaba. Y trato de alcanzar una consonante para poder seguir teniendo un nombre, pero se que solo soy un adjetivo que no te quiere volver a ver, y tener miedo a ser descubierto cuando paso por tu casa. Cuando te pienso. Cuando me doy cuenta. Cuando solo creo estar.
Luego entrego mi sangre a la desidia del tiempo que perjura el olvido entre las espaldas de los ciegos. Esos que quieren ver. Aquellos que su propio reflejo lastima. Para que mi cadáver cuente palabras para dormir antes de apagar el velador.
Sin embargo, no tiro mis lágrimas al sol para apagarlo, el viento se olvida del sudor, y mi sangre me sabe acariciar por dentro, para recordarme el dolor que me causa este desierto.
