De eso se trataba...

El absurdo infinito de un círculo que continúa el ensayo de una obra que nunca se estrena, pero cada tanto, los actores, se visten de gala. Tras bambalinas se descubren los secretos de la escena principal, que sale mal y se repite. En la última butaca un aplauzo comienza para pasar por manos sudorosas, con guantes, secas, abiertas, grandes, de uñas largas, continuadescontinuadamente para llegar al de la primera fila, que no se dio cuenta que había que llorar al final. Pero nadie sabe que no puede y curiosamente se ríe. Alguna mirada perdida entre las tertulias se sobresalta, como cuando uno se encuentra un pelo blanco en su cabellera castaña, al notar que alguien lo estaba pensando, casi leyendo. Pero aunque le haga señas el tercer palco a la izquierda no se anima a bajar. Tal vez solo puede volar con la imaginación como una vaquita de san antonio en el ojo del huracan. Y despertarse como en un final de película, y darse cuenta que era una obra trillada, donde había que caerse de la cama y creer que todo era culpa de un sueño. ¿De eso se trata? ¿De algo común y sabido, predecible a lo cual uno no se pueda anteponer y trabajar para cambiarlo? Al reparar en la mesita de luz se cae en la cuenta de los restos del desordenordenado de la cabeza de hace unos días, de hace una hora, de lo que fue y de lo que no será. El velador no anda. Hay que cambiar el foco. En ese instante el director y el protagonista encarnan una pelea cual discusión shakesperiana. Los secretos se esconden entre los huesos, se encarnan en los músculos y los ojos son los únicos que no pueden mirar adentro y te das cuenta que partís de una magnífica línea que imperceptibleabsurdamente empieza a curvarse, sensible, inquietante, curiosa, infinita, vestida de gala. Seguir y seguir, y la respuesta en un viento insignificante, tan simple como la mirada de la sonrisa regalada. Son risas. Jugando en un bosque mientras el lobo no está, el círculo cierra para que otra puerta se abra, para ir a jugar despues de tomar la leche.

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